Durante el verano, con motivo de las festividades celebradas en muchos municipios y ciudades de España, se producen de manera reiterada actos delictivos y denuncias por acoso, abuso o agresión sexual hacia las mujeres1. Parece que los espacios y tiempos de ocio propician y normalizan el ejercicio de la violencia contra las mujeres. Sin embargo, estos hechos reflejan una dominación patriarcal de la cultura festiva y la representación de la fiesta como vehículo para legitimarla; situación que contrasta con el supuesto avance de una sociedad más igualitaria.
La razón por la que estos incidentes suceden periódicamente en dicho contexto se debe a que las fiestas, arraigadas en tradiciones, perpetúan los roles de género y generan una desigualdad estructural. Los actos de violencia sexual contra las mujeres en los espacios festivos se enmarcan en el contexto de la cultura tradicional, donde este tipo de violencia se sustenta en la cosificación, la sexualización y la dominación de las mujeres2,3. Además, la excepcionalidad del tiempo festivo propicia el abandono de las convenciones y de las normas, legitimando los comportamientos machistas. Estos espacios se caracterizan por una especial tolerancia, impunidad y permisividad social, factores que fomentan esta violencia3,4. También contribuye la marcada masculinización de las instituciones y corporaciones festivas, en las que existe una discriminación de las mujeres en las estructuras de decisión y poder festivos4.
La violencia sexual en el ámbito festivo es un aspecto más de la discriminación hacia las mujeres, hasta hace poco invisibilizado, probablemente porque las fiestas son un recurso turístico y de identidad local para los pueblos y ciudades de España5.
Para evitar estas situaciones se han propuesto distintos mensajes positivos de advertencia («Solo sí es sí»), herramientas (pulsera centinela) y puntos de apoyo (punto violeta o morado), en los que siempre el punto de mira son las mujeres. Estas medidas, por desgracia necesarias, si no se acompañan de otras acciones dirigidas a los potenciales agresores, generan victimización, culpabilización y pérdida de la autonomía y de la libertad para las mujeres. Son siempre las mujeres quienes deben tomar medidas6, en lugar de promover una conciencia ciudadana capaz de identificar, condenar, denunciar y rechazar este tipo de violencias y su normalización en cualquier contexto, lo que requiere un mayor compromiso con la igualdad desde las instituciones públicas.
Desde el punto de vista de la salud pública, consideramos que las administraciones, las personas implicadas en la organización de las festividades, y el tejido asociativo deberían expresar públicamente el rechazo a cualquier tipo de humillación o agresión contra las mujeres. Es posible diseñar otro tipo de fiestas con perspectiva de género, reivindicando espacios feministas para mujeres y hombres, para evitar así que el machismo se vista de fiesta.
Contribuciones de autoríaTodas las personas firmantes han contribuido a la concepción del manuscrito, su escritura y aprobación de la versión final.
AgradecimientosA Concepción Tomás Aznar, siempre a nuestro lado.
FinanciaciónNinguna.
Conflictos de interesesNinguno.